miércoles, 9 de abril de 2014

Un proyecto memorable

Una buena mañana fresca de finales de abril, Socorro, nuestra profesora de historia, entró en clase muy apesadumbrada y nos dijo en tono solemne: "Vuestro último examen no refleja el trabajo y conocimientos que sé que tenéis. No estoy decepcionada con vosotros, pero sí conmigo". Tras un silencio breve, pero demoledor continuó "He pensado que quizás podáis demostrarme de verdad lo que sabéis haciendo un trabajo complementario que tendré en cuenta para poner la nota final de mi asignatura". Con esas palabras todos nosotros comprendimos que se nos brindaba una oportunidad de demostrar lo que llevábamos dentro. Delante de nosotros se había materializado un reto.

Tras el acuerdo en clase, al día siguiente nos dejó unos dossieres sobre el uso de la bibliografía, la redacción de fichas bibliográficas, la importancia de la documentación y durante un buen rato no dijo nada en absoluto. Después preguntó "¿Esto os puede ayudar?" Levantamos la cabeza para mirarla y asentimos con movimientos de cabeza repetitivos. Después nos lanzó la idea: "Vais a hacer un trabajo sobre un monumento, documentarlo, leer y ubicarlo en la época, estilo... y relacionarlo con el uso que tenía, las personas que lo habitaban... todo lo que podáis decir". Con la misma avidez que habíamos leído los dossieres, nos pusimos a desarrollar el trabajo, como si fuéramos estudiantes de carrera y se nos fuera la vida en ello. El resto de semanas, tres en concreto, se desarrollaron como tutorías personalizadas y cada uno esperaba su turno para presentar el desarrollo del trabajo, mientras los demás leíamos, redactábamos y consolidábamos los trabajos, que iban tomando forma y cuerpo como si fueren maniquíes que se van vistiendo con los trajes que cortábamos.
La última semana, cuando Socorro había dado el visto bueno a cada uno de los trabajos, cada uno tuvo cinco minutos para presentar de forma muy resumida su trabajo al resto.
Los nervios eran imposibles de controlar, como caballos en un día de exhibición, pero todo salió bien. Yo tenía cinco escasos minutos para explicarles al resto de mis compañeros que había estado recopilando información sobre la Alhambra de Granada y que había hecho un trabajo de casi sesenta páginas (para un estudiante de tercero de B.U.P. era una extensión muy considerable). Todos hablamos de lugares diferentes, de épocas distintas, de elementos arquitectónicos, estilos, espacios y usos muy diversos, pero a todos nos unía algo común: el brillo en los ojos, la voz ronca de los nervios y la pasión a flor de piel...

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